lunes, 30 de julio de 2012

Reflexión 4: de la post-democracia y la post-política en la sociedad multitranscultural y de las TIC.

[Ver Reflexión 1Reflexión 2: sobre el imperativo de la "corrección política"Reflexió 3: La política, del deure a la filantropia]


La situación político-económica actual ha acabado por transmitir la impresión a un número cada vez más elevado de personas que nos adentramos en una era postdemocrática. Los gobiernos de tecnócratas en algunos países europeos o las organizaciones supraestatales como el BCE o el FMI son casos que reafirman la incapacidad de los gobiernos elegidos democráticamente ante la market-driven globalisation.

¿Es necesaria una regeneración de la democracia? Parece evidente que sí, y que es también deseable para no terminar pereciendo en el horizonte postdemocrático hacia el que vamos. Tenemos muy interiorizadas las bondades de los valores democráticos y, a pesar de sus limitaciones, es la forma de organización más justa e igualitaria que conocemos. En una hipotética regeneración de la democracia las TIC son una herramienta de información, expresión y comunicación que pueden constituir un pilar importante, defendiendo la participación de los ciudadanos en los asuntos del gobierno a través de una relación mucho más directa de gobernantes-gobernados o, en una postura más utópica, a través de la mimetización de ambos roles. Ya existen ejemplos de acción política a través de las TIC: desde su relativa importancia en las revoluciones de la llamada “primavera árabe” hasta las movilizaciones del 15-M en España o de Occupy Wall Street en Nueva York. No obstante y en el contexto occidental creo no equivocarme si afirmo que estas protestas, impulsadas y organizadas a través de las TIC, no han tenido una verdadera repercusión política frente a la market-driven globalisation.

Pero al hablar de los mercados, las corporaciones transnacionales o las organizaciones supraestatales quizás deberíamos sustituir el concepto de post-democracia por el de post-política. En un libro titulado En defensa de la intolerancia el filósofo esloveno Slavoj Žižek considera la verdadera política como «el arte de lo imposible, cambia los parámetros de lo que se considera “posible” en la constelación existente»[1]. En este sentido es en el que afirmo que nos hallamos ante un horizonte post-político. El orden de las cosas no cambia y seguimos en un mundo cada vez más dirigido por el mercado.

La crítica que Žižek hace en su libro del liberalismo tolerante y multicultural se dirige a mostrar la repercusión que esta actitud política tiene sobre la esfera de la economía que es la despolitización de ésta. En las páginas finales del libro escribe: «el modo en que funciona la economía (la necesidad de reducir el gasto social, etc.) se acepta como una simple imposición del estado objetivo de las cosas […] La única manera de crear una sociedad en la que las decisiones de alcance y de riesgo sean fruto de un debate público entre todos los interesados, consiste, en definitiva, en una suerte de radical limitación de la libertad del capital, en la subordinación del proceso de producción al control social, es decir, en una radical re-politización de la economía»[2]. El ánimo de reivindicar la necesidad de una actitud política que preste mayor atención a la esfera de la economía en detrimento de la política de tolerancia del multiculturalismo está presente en todo el libro de Žižek. Reivindicación de una actitud que, por usar las palabras de Lluís Duch y Albert Chillón, «idee y ejerza políticas de fondo en lugar de dedicarse a veleidades éticas y estéticas»[3].

En este complejo contexto cabe preguntarse si realmente una democracia más directa y participativa es por lo que hay que luchar vista su incapacidad ante la market-driven globalisation. Se trata de aclarar si la regeneración tiene que producirse en la democracia o en la política. Algunas de las protestas impulsadas por las TIC han tenido un fondo verdaderamente político (en el sentido de subvertir el orden establecido de las cosas) pero, excepto en contados casos, no se han logrado las consecuencias esperadas. En este sentido corremos el riesgo de que el importante instrumento que nos ofrece la revolución tecnológica, las TIC, se pierda desgastado por la difícil pelea en el ámbito de la re-politización de la economía y acabe relegado a las reivindicaciones de grupos locales que en una sociedad multitranscultural y bajo el paraguas del liberalismo tolerante tendrían la fachada moral para ejercer su deseo de participación política.

Las quejas hacia la política poco democrática no deberían llevarnos hacia la democracia poco política. Tenemos capacidad para reconducir la situación de una forma que no excluya ninguno de los dos horizontes (ni el democrático ni el político). Pero en vistas de la sociedad multitranscultural hacia la que avanzamos, del aumento de reivindicaciones de legitimación para los diversos estilos de vida particulares y, por último, de la market-driven globalisation; no está de más preguntarse si llegado el hipotético momento y viéndonos obligados a elegir seríamos capaces de prescindir de la democracia para no perder la política, es decir, si nos atreveríamos a aceptar un horizonte post-democrático para no caer en un horizonte post-político.

Marc


[1] Slavoj Žižek. En defensa de la intolerancia. 2007. Sequitur: Madrid. pág. 33
[2] Slavoj Žižek. En defensa de la intolerancia. 2007. Sequitur: Madrid. pág. 110
[3] Lluís Duch y Albert Chillón. “La izquierda en su laberinto” http://lluisduch-albertchillon.blogspot.com.es/2012/04/la-izquierda-en-su-laberinto.html

lunes, 16 de julio de 2012

Del proceder socrático, pasando por el cogito cartesiano, hasta la era tecnológica


En este escrito trataré de enfocar la concepción que se ha tenido acerca del conocimiento, el proceder hacia él por medio del pensar y la posterior adquisición de la verdad anhelada. Comenzando en la Antigua Grecia, Sócrates se erigió como abanderado en la lucha por conquistar la verdad, frente a la ideología de la escuela sofista, que situaba el reconocimiento y el éxito un peldaño más arriba que la verdad en la escala de validez. Frente a esta postura, Sócrates emprendía la búsqueda del conocimiento procediendo a partir de la base más simple y llana, el “solo sé que no sé nada”. Partiendo de este punto, Sócrates iba remontando el camino a base de razonamientos simples para ir acercándose cada vez más a la culminación conclusiva. Demostraba que, pese a la creencia que tenemos de poseer determinados conocimientos, nos encontrábamos distantes de lo que en realidad esos conceptos significaban. El pensar socrático se construía de este modo a base de una ascensión, constituyendo la ignorancia la base, las deducciones el camino, y el conocimiento la cima.

Haciendo un salto cronológico nos hallamos en la modernidad, con uno de sus iniciadores, René Descartes, que sabiamente consciente de la dificultad para llegar a lo que él llamaría un sistema de conocimiento seguro, procedería a la purga intelectual de todas aquellas creencias no justificadas, alejadas del conocimiento “claro y distinto” pretendido por el filósofo francés. Resumiendo muy tendenciosamente su doctrina, podemos decir que mediante la “duda metódica”, partiendo en primer lugar desde el principio de presunción de falsedad, por el cual toda opinión es falsa hasta que no se demuestre lo contrario, recorría fuentes de conocimiento, de las que destacaban los sentidos y la razón, y proponía dos tipos de dudas, la duda moderada y la duda hiperbólica. Tal revisión de las fuentes de conocimiento podríamos resumirla así:

                     Sentidos:
a) Duda moderada: errores que cometemos en cuanto a la forma, tamaño, posición...de los objetos
b) Duda hiperbólica: dificultad para diferenciar entre el estado de vigilia y el de sueño

                     Razón:
a) Duda moderada: errores de cálculo
b) Duda hiperbólica: se basa en la suposición de un genio maligno, una entidad superior malvada que me engaña en mis creencias más elevadas, que son la creencia en la existencia de un mundo exterior conocido por los sentidos y la creencia en las verdades más simples de las matemáticas.

Gracias a toda esta argumentación, Descartes llega a su primera verdad indudable, que se sustenta en la idea de San Anselmo “si me equivoco, soy” para llegar a la conclusión de que si realmente me engaña, es porque soy alguna cosa, soy un “algo engañado”, cuya esencia básica es el pensar, aunque sea todo falso. Así llegará al “cogito, ergo sum”. A diferencia de Sócrates, Descartes ya no parte de una “nada”, sino que parte de un primer conocimiento indudable, que le servirá para a partir de ahí, constituir la totalidad de la realidad, siendo el pensamiento el que la determina. Este “panracionalismo” plasmado en el antropocentrismo cartesiano, nos muestra la necesidad de purgar la doxa, algo que Sócrates, mediante sus razonamientos, conseguía hacer. Ambos optaban por un criterio de verdad absoluta, abordando su conquista por medio de un proceder distinto.

Por último, llegamos a la era postmoderna, donde la facilidad de acceso al conocimiento, del que disponemos a golpe de “clic”, nos hace caer en un conformismo que genera un conocimiento superficial. Asistimos a la paradoja del conocimiento actual, donde la mayor facilidad de acceder a él, conlleva adquirir un conocimiento de segunda mano, superficial. Tal es el motivo de la arbitrariedad con la que se suelen utilizar muchos conceptos que hoy en día “están de moda”, conceptos tales como “valores”, “ética”, “moralidad”, etc. Sin siquiera saber bien del todo qué significan, puesto que parece pueden abordar todo tipo de ámbitos y todo tipo de situaciones. Hasta se llega a decir que en el amor no hay ética, cuando uno de los máximos representantes del mismo, encarnado en la figura de Jesucristo, promovía una nueva ética, basada en el amor a escala universal. Quizá, hoy más que nunca, necesitamos de una base socrática, para tomar los asuntos críticamente, siguiendo un proceder exhaustivo, cartesiano, para así poder entender algo mejor la realidad de nuestra sociedad.

Pau.


martes, 3 de julio de 2012

Se busca emprendedor joven y creativo


A raíz de la crisis económica y en el contexto español ha aumentado considerablemente el uso de lo que denominaré “vocabulario del emprendedor”: en este encontramos diversos conceptos: emprendedor, joven, creatividad, innovación, reinventarse, etc. Esto no significa que antes no se hablara de ellos, es evidente que existen desde mucho antes de la crisis. Pero lo que sí percibo es que a partir de ésta se habla mucho más de estos y sobre todo se hace de forma conjunta ya que hemos acabado por asociarlos.

Repito que no son conceptos que se “inventen” a partir de la crisis. Ya existían anteriormente, no partimos de cero. No obstante, ahora todos estamos mucho más familiarizados con estos, los encontramos en todos lados: periódicos, revistas especializadas y de divulgación, telenoticias, tertulias radiofónicas, magacines televisivos, toda una literatura del emprendedor, etc.

Ser emprendedor es “cool”, conlleva un prestigio, un valor socialmente atribuido. No hay duda de que es mucho mejor que estar parado pero emprender conlleva riesgo. Ser emprendedor supone aceptar ese riesgo, ser capaz de convivir con él. ¿Esto puede generar individuos más dispuestos a actuar en situaciones de incertidumbre y miedo, individuos que no se acobarden y paralicen ante lo desconocido y lo inseguro? ¡Pero cuidado! ¿Esta supuesta valentía que lleva a actuar bajo riesgo e incertidumbre es reflexionada y razonada o por el contrario responde a un deseo ingenuo de emprender? Está claro que sin un ápice de optimismo y motivación uno no dedica su tiempo y ahorros a crear y emprender. Pero como dice Emilio Duró “no hay nada peor que un tonto motivado”.

Un concepto interesante dentro del “vocabulario del emprendedor” es el de innovación. Acordaremos que innovar implica aportar algo nuevo y que este concepto está estrechamente relacionado con el de creatividad. En su día ya escribí sobre el concepto de creatividad y la manera como la entendemos actualmente [Ver La creativitat està sobrevalorada] y las conclusiones de entonces son aplicables también para éste caso. Una sociedad que fomenta la innovación es para mí mucho más deseable que una que se estanca en el conservadurismo, el problema está en la forma de entender la innovación. Hay que vigilar y replantear los términos cuando conceptos como el de innovación se convierten en fines en sí mismos. Innovar e innovar porqué tenemos los medios y la creatividad para hacerlo, aunque ello nos lleve al mismo lugar del que partimos.

Pero el concepto de innovación llega a su connotación más apasionante cuando se aplica al individuo mismo. Entonces se le llama reinventarse. Abandonar aquello a lo que me he dedicado hasta el momento para ocuparme de algo distinto. Aquel concepto de un trabajo estable, dentro de una misma empresa ascendiendo de cargo con los años y la dedicación es algo que ya ha quedado obsoleto y que incluso provoca cierto malestar y rechazo. Preferimos, o han conseguido que prefiramos, ser unos “nómadas laborales”, infieles por elección, reinventores de nosotros mismos y nuestras capacidades (es curioso observar como incluso la ciencia contribuye a esto. ¡Piensa en el concepto de plasticidad cerebral!). Además se trata de reinventarse no tan sólo cuando nuestro proyecto fracasa: el emprendedor ha llegado a identificar el fracaso con la oportunidad, oportunidad para aprender de los errores, oportunidad para mejorar, oportunidad para reinventarse; sino que también, y esto lo más interesante, se trata de reinventarse cuando todo va bien.

Sin duda el espíritu emprendedor es un recurso que hay que fomentar, y así se hace, pero no sin reflexionar la clase de individuo que éste potencia. Individuo que se convierte en funambulista del riesgo, nómada convencido que no dudará ni un instante en abandonar un proyecto, aunque funcione, para embarcarse en uno nuevo, siempre escudándose en el discurso de lo “mucho aprendido” y lo “mucho por innovar”; un innovador empedernido que se regocija en su afán por reinventarse casi provocándose esquizofrenia. Como he apuntado en otros escritos se trata de pensar críticamente para no dejarse llevar por las tendencias del momento.

Marc