«Si somos capaces de ser dioses entonces es
nuestro destino serlo»: William Bell
Los
mitos modernos ya no conciben la furia o el castigo de los dioses (o el Dios),
el fruto prohibido, el fuego de la vida o el laberinto del minotauro. Los mitos
modernos contienen multiversos, fenómenos paranormales, sustancias psicoactivas
y nombres como el de JJ Abrams.
La
enseñanza, sin embargo, se nos asemeja la misma que en los mitos antiguos. Tal
enseñanza es el precio a pagar por la osadía, por el ímpetu inquebrantable de
la especie humana de superarse a sí misma y a su creador. Nada es gratuito, y
el precio a pagar puede ir desde el abrasamiento solar hasta la destrucción de
universos.
El hombre contemporáneo
vive cegado por la ilusión de un progreso que viene avalado por el saber
científico. La ciencia apoyada en la fe tecnocrática y “subsistema ideológico
de la razón calculadora”[1],
se dirige a contrarrestar los miedos inherentes a la existencia humana. Pero
cabe preguntarse si la ciencia actual no estará creando nuevos miedos más
apocalípticos que los anteriores (desastre nuclear). Esto lo evidencia Fringe
en la destrucción de los dos universos cuando Walter, gracias a la
tecnociencia, abre un agujero entre estos para salvar a su hijo Peter de una
muerte segura.
El mito del progreso ha
presentado heterogeneidad en su legitimación. El filósofo alemán Immanuel Kant
nos hablaba del progreso como el avance hacia lo constitutivo del hombre,
abogando así por el desarrollo hasta la saciedad de la ambición de alejarse de
un estado sombrío, animal y salvaje propio del hombre primitivo. Rousseau,
ilustrado francés, reclamaba sin embargo para el hombre su regreso al más
libertino estado original, trazando un paisaje “Edenístico”, único estado válido para el filósofo francés. El mito
del progreso y sus insalvables consecuencias negativas se plasma en la doctrina
Rousseauniana al asemejar “el progreso con una caída”[2],
con una degradación y decadencia de la especie humana, encontrando su punto
álgido y su reflejo en el comienzo del fin en el cruce de universos realizado
por Walter Bishop.
Tal vez Fringe nos
ofrece una visión extrema para volver a encontrar la enseñanza antiquísima y
que hoy en día nos es recordada des de los ámbitos humanísticos; a saber: que
la fe ciega en un progreso basado únicamente en las aportaciones de la ciencia
y la tecnología olvidando el cultivo de las humanidades sólo es capaz de
guiarnos hacia una espiral de soberbia que termina en la ilusión de
omnipotencia, en tiempos pretéritos atribuida únicamente a Dios, y que acaba en
la destrucción por parte del hombre de todo aquello que constituyó su esencia
más natural.
El egoísmo mezclado por
un interés de supremacía del género humano hará plasmar en la figura de William
Bell al nuevo Dios moderno, un Dios que, consciente de la incesante actividad
del ser humano para autodestruirse, promoverá la creación de un nuevo Universo,
respondiendo también a esa necesidad imperiosa de reconocimiento, pero un
Universo sin género humano. En el inicio del capítulo nos llega la imagen de
ese universo, donde domina la belleza y la paz en un estado primigenio de vida,
donde los animales supervivientes de Noe’s Arca (en términos postmodernos),
pueden reposar sin ningún atisbo de destrucción. Puede que esta imagen refleje
ese estado originario por el que Rousseau clamaba, pero lo que queda patente es
que la inclusión humana en ese cosmos idílico junto con su banalidad y sus
ansias de destacar, causaría un estrago que necesitaría otra destrucción divina en pro de la paz perpetua.
Pau i Marc.