Estando de
Erasmus en la Université de Liège, en clase de francés el profesor propuso un
debate acerca de distintos temas, uno de ellos la adopción por parte de parejas
homosexuales, y los alumnos debíamos posicionarnos a favor o en contra y dar argumentos
que respaldaran nuestra postura.
Algunos se
posicionaron en contra y otros los hicieron a favor, hasta aquí todo normal. En
el momento de presentar las razones de la postura escogida aquellos alumnos que
estaban en contra presentaron variados argumentos y todos ellos bastante
sensatos, algunos hablaban sobre la influencia que los padres tienen en la
educación y posiblemente en la orientación sexual de sus hijos, otros aludían
al célebre complejo de Edipo de Freud, alguien comentaba el cambio a nivel socioeducativo
que eso conllevaría difuminando los marcos de referencia en educación. Todos
ellos, sin manifestarse ideológicamente en contra de la adopción por parte de
parejas del mismo sexo, sí pedían un debate y una reflexión más amplia acerca
del tema, por lo tanto eran un público fácilmente susceptible de cambiar de
opinión si los argumentos de quienes estaban a favor eran lo suficientemente
convincentes, cosa que ya anticipo no fue así.
Los argumentos de estos segundos (los que se posicionaron a favor) se podrían reunir bajo la premisa de “no discriminación”, y en ningún caso consiguieron hacer cambiar de opinión, ni aunque fuera ligeramente a los primeros que, recordemos, no estaban rotundamente en contra de la adopción por parte de parejas homosexuales tan sólo demandaban un debate más profundo antes de tomar esa decisión.
Los argumentos de estos segundos (los que se posicionaron a favor) se podrían reunir bajo la premisa de “no discriminación”, y en ningún caso consiguieron hacer cambiar de opinión, ni aunque fuera ligeramente a los primeros que, recordemos, no estaban rotundamente en contra de la adopción por parte de parejas homosexuales tan sólo demandaban un debate más profundo antes de tomar esa decisión.
Esta anécdota me
hizo reflexionar sobre cómo argumentos de lo más pueriles se convierten en
legítimos porque respaldan una postura considerada buena moralmente. Recuerdo
como me impactó una frase que Tomás Pollán, filósofo y antropólogo, pronunció
en el programa de la 2 “Pienso, luego existo” dedicado al también filósofo
Javier Sádaba; Pollán cuenta que en conversaciones con este último ambos
coincidían en la opinión que: «la democracia, por ejemplo, es una forma de
organización política no es una virtud moral. Hoy en día si alguien dice que no
es demócrata ya puede a continuación hacer las consideraciones más sensatas que
no se le hace caso, en cambio uno dice que es demócrata (es decir, es bueno)
que ya puede decir las mayores estupideces y tonterías que se le escucha con
mucha atención». La frase me
impactó por su sencillez y a la vez por la profunda verdad que emana de la misma.
Cabe decir que uno de los mayores logros de posturas
como: progresista, demócrata, tolerante, ecologista, antitaurino, etc, es haber conseguido
que se las perciba como las posturas moralmente deseables en una sociedad cada
vez menos predispuesta al debate crítico.
Es curioso el
modo en que ciertas actitudes se convierten, por un extraño proceso que las tiñe
de una valoración moral del todo absurda, en las actitudes deseadas y deseables
por nuestra sociedad y por lo tanto aplaudidas y premiadas con la atención y consideración
de quienes escuchan a aquellos que se definen bajo los términos de tales
actitudes.
Cabe decir que
uno de los mayores logros de posturas como: progresista, demócrata, tolerante,
ecologista, antitaurino, etc, es haber conseguido que se las
perciba como las posturas moralmente deseables en una sociedad cada vez menos
predispuesta al debate crítico. Podemos estar de acuerdo o no con tales
posturas (quizás incluso podríamos aceptar que algunas de ellas son legítimas
por la misma causa que defienden) pero ello no conlleva la aceptación ciega de
aquello que proponen, y menos aún el menosprecio de argumentos adscritos a
posturas contrarias.
Me parece muy interesante la reflexión Marc. Si te presentas con unas ideas mal vistas por la sociedad en la que vives, directamente no se te hace caso, ni se te escucha, se te aparta y se te ve como "esa persona que no sabe lo que dice". En cambio si mientes diciendo que tienes las ideas que se suponen "correctas", aunque no las tengas, es mas fácil influenciar en la gente, generar debate y en contadas ocasiones conseguir que acaben compartiendo tu punto de vista.
ResponderEliminarEric
Totalmente de acuerdo!!! Y que acaben compartiendo tu punto de vista legitima ese mismo punto de vista. Aunque sólo pretendo aquí hacer una reflexión crítica de todo esto, pero demos gracias a que somos una democracia, con sus defectos pero democracia al fin y al cabo.
EliminarGracias por tu comentario Eric.