miércoles, 30 de mayo de 2012

Fringe: jugando a ser Dios.



«Si somos capaces de ser dioses entonces es nuestro destino serlo»: William Bell



Los mitos modernos ya no conciben la furia o el castigo de los dioses (o el Dios), el fruto prohibido, el fuego de la vida o el laberinto del minotauro. Los mitos modernos contienen multiversos, fenómenos paranormales, sustancias psicoactivas y nombres como el de JJ Abrams.

La enseñanza, sin embargo, se nos asemeja la misma que en los mitos antiguos. Tal enseñanza es el precio a pagar por la osadía, por el ímpetu inquebrantable de la especie humana de superarse a sí misma y a su creador. Nada es gratuito, y el precio a pagar puede ir desde el abrasamiento solar hasta la destrucción de universos.

El hombre contemporáneo vive cegado por la ilusión de un progreso que viene avalado por el saber científico. La ciencia apoyada en la fe tecnocrática y “subsistema ideológico de la razón calculadora”[1], se dirige a contrarrestar los miedos inherentes a la existencia humana. Pero cabe preguntarse si la ciencia actual no estará creando nuevos miedos más apocalípticos que los anteriores (desastre nuclear). Esto lo evidencia Fringe en la destrucción de los dos universos cuando Walter, gracias a la tecnociencia, abre un agujero entre estos para salvar a su hijo Peter de una muerte segura.

El mito del progreso ha presentado heterogeneidad en su legitimación. El filósofo alemán Immanuel Kant nos hablaba del progreso como el avance hacia lo constitutivo del hombre, abogando así por el desarrollo hasta la saciedad de la ambición de alejarse de un estado sombrío, animal y salvaje propio del hombre primitivo. Rousseau, ilustrado francés, reclamaba sin embargo para el hombre su regreso al más libertino estado original, trazando un paisaje “Edenístico”, único estado válido para el filósofo francés. El mito del progreso y sus insalvables consecuencias negativas se plasma en la doctrina Rousseauniana al asemejar “el progreso con una caída”[2], con una degradación y decadencia de la especie humana, encontrando su punto álgido y su reflejo en el comienzo del fin en el cruce de universos realizado por Walter Bishop.


Tal vez Fringe nos ofrece una visión extrema para volver a encontrar la enseñanza antiquísima y que hoy en día nos es recordada des de los ámbitos humanísticos; a saber: que la fe ciega en un progreso basado únicamente en las aportaciones de la ciencia y la tecnología olvidando el cultivo de las humanidades sólo es capaz de guiarnos hacia una espiral de soberbia que termina en la ilusión de omnipotencia, en tiempos pretéritos atribuida únicamente a Dios, y que acaba en la destrucción por parte del hombre de todo aquello que constituyó su esencia más natural.

El egoísmo mezclado por un interés de supremacía del género humano hará plasmar en la figura de William Bell al nuevo Dios moderno, un Dios que, consciente de la incesante actividad del ser humano para autodestruirse, promoverá la creación de un nuevo Universo, respondiendo también a esa necesidad imperiosa de reconocimiento, pero un Universo sin género humano. En el inicio del capítulo nos llega la imagen de ese universo, donde domina la belleza y la paz en un estado primigenio de vida, donde los animales supervivientes de Noe’s Arca (en términos postmodernos), pueden reposar sin ningún atisbo de destrucción. Puede que esta imagen refleje ese estado originario por el que Rousseau clamaba, pero lo que queda patente es que la inclusión humana en ese cosmos idílico junto con su banalidad y sus ansias de destacar, causaría un estrago que necesitaría otra destrucción  divina en pro de la paz perpetua.

Pau i Marc.


[1] Mongardini, C. (2007) Miedo y sociedad. Alianza
[2] Rousseau, JJ. (1980) Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres. Alianza


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